¿Quién manda en Internet?

Imagine su desesperación si, digamos, esta tarde usted se conecta a Internet, escribe la dirección de la web en la que compra sus entradas para el cine, presiona enter y espera… pero no pasa nada. No sale esa página. Ni ninguna otra. Pensará que ha cometido un error y repetirá el ritual. Pero esa combinación de palabras no lo lleva a ningún sitio. Probará con otra dirección, una cualquiera. Pero no. ¡Es el vacío! Nada conduce a ningún sitio. Internet ha perdido su GPS, las direcciones no nos sirven. Ni siquiera podrá compartir su desasosiego en Twitter, porque tampoco podrá llegar. Usted está solo en el mundo. O lo que es casi lo mismo: sin Internet.

Esta manera que conocemos de navegar no surgió por generación espontánea. El DNS (sistema de nombres de dominio) es una creación de Paul Mockapetris, que en 1983 ideó una estructura jerárquica de nombres (los dominios) que facilitó al usuario moverse por la Red. “Ha sido una agenda de teléfonos muy eficiente”, señala Laura De Nardis, autora del libro The global war for Internet governance, donde cuenta que estamos a punto de entrar en una guerra por el control de los dominios de la web, un recurso que “necesita un control centralizado”. A eso se había dedicado hasta ahora el ICANN (The Internet Corporation for Assigned Names and Numbers), una organización sin ánimo de lucro que incluía Gobiernos, corporaciones y activistas de la sociedad civil, y gestionaba los dominios con los interesados con la supervisión –“simbólica”, según algunos observadores– del Gobierno estadounidense.

A partir de los escándalos de espionaje del NSA, varios países –entre ellos, Brasil y Alemania– cuestionaron el poder de EE UU sobre Internet. Angela Merkel llegó a hablar de crear un Internet europeo. Ahora EE UU renuncia al gobierno de Internet y pone fecha a su marcha: septiembre de 2015. “Se niega a seguir siendo el guardián de esa agenda de teléfonos donde cada nombre debe ser global y único. Es por eso que alguien tiene que rastrear esas direcciones. Sin ese mapeo, Internet no funcionaría”, explica la experta.

No hay sustituto conocido, aunque países como Rusia y China piden que Naciones Unidas tome cartas en el asunto. DeNardis recuerda que la tecnología es política. “Hoy más que nunca”. Y espera y desea un tránsito “suave” en el gobierno de la Red, “uno que apenas notemos los usuarios”.

Mientras, el mercado de dominios se parece cada vez más al inmobiliario. Con sus burbujas, sus depresiones y sus especuladores. Los mejores nombres son hace ya tiempo una inversión. En 2013 tuvo lugar una subasta de 1.400 nuevos sufijos. Una pequeña compañía con sede en California llamada Donuts Inc. se alzó como el rival más potente. Gastó más de 40 millones de euros en 307 nuevos sufijos; entre ellos, .mortgage (hipoteca) y .dentist (dentista). Google se quedó solo con 99 nombres, y Amazon, con 76. Una visita a Do­nuts.com le convence de que usted necesita un dominio más específico en su vida. De su propiedad son apetitosas terminaciones como .bike y .singles.

Por otra parte, en marzo, Berlín estrenó su dominio: .berlin. Le seguirán .NYC y .london. “Este va a ser el espacio más constreñido que podamos imaginar”, vaticina Jonathan Nevett, antiguo asesor de ICANN. Hasta ahora ha sido fácil. Usted tiene en la cabeza algunos sufijos: .com, .es, .org. En poco tiempo las cosas pueden complicarse. Puede que precise de un listín telefónico junto al ordenador o deba encomendarse a san Judas Tadeo. Y al texto predictivo de Google.

Fuente: El País


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